Te conocí en internet, y empezamos intercambiando relatos y fotografías.
Entre charla y charla nos envolvimos en confidencias de las cosas que nos gustaban sexualmente, y nuestras conversaciones se pusieron más intensas, descubriendo en tí toda una venus. Siempre jugábamos con la posibilidad de vernos y estar juntos, pues tanto tú como yo lo anhelábamos intensamente, hasta que sucedió.
Quedamos un día para tomar café, para conocernos en persona y charlar de vanalidades. La primera ocasión fue de puro nervio, nos besamos tímidamente en la mejilla, nos mirábamos furtivamente a los ojos, hasta que poco a poco cogimos más confianza y nos fuimos tranquilizando, charlando sobre las bondades de internet para conocer personas, etc., etc; entre risa y risa nos rozábamos levemente las manos y brazos, hasta que en un momento dado estuve a punto de robarte un beso, pero ambos nos dimos cuenta y nos quedamos paralizados, mirándonos a los ojos, como si hubiese pasado un ángel, hasta que reaccionamos y continuamos hablando, con muchísima más confianza y complicidad.
Entre frase y frase, roce y roce, nos íbamos acostumbrando el uno al otro, hasta que, mirándome a los ojos, me dijiste que no querías irte a casa sin un recuerdo mío. Preguntaste si tenía algún lugar discreto donde poder estar más tranquilos, a lo que te respondí que tenía el lugar perfecto: Mi despacho. No era confortable como mi casa, pero desde luego, al no haber nadie más que yo, podía garantizar con total seguridad que nadie ni nada nos molestaría.
Conforme llegamos te reclinaste sobre el sofá y me pediste que me sentase a tu lado. Lo hice, y te acomodaste tras de mí. Pusiste tus manos en mi cuello y empezaste a darme un masaje lenta y suavemente… luego bajaste por los hombros, mientras yo me relajaba y tenía los ojos cerrados; llegaste a mi espalda, y en ese momento sentiste que no podías más. Empezaste a respirar en mi oído… entre los dos brotó una chispa de electricidad y no pudiste aguantar el impulso de morderme la oreja, al tiempo que tiernamente me abrazabas por la espalda y yo ponía tímidamente mi mano en tu pierna, y empezaste a darme besos en la nuca y el cuello. Poco a poco fuimos cambiamos de posición y nos quedamos frente a frente, contemplándonos, y comenzamos a besarnos suave y cálidamente.
Sentiste entonces la tibieza de mi otra mano, cómo te presionaba la pierna. Los besos se hicieron más intensos, y mis manos empezaron tímidamente a recorrer tu cuerpo… un calor cada vez intenso inundaba nuestros cuerpos, y metiste la mano bajo mi camisa… la empezaste a desabrochar... botón por botón… hasta llegar a mi pantalón... y subir nuevamente.
Te separaste de mi muy sensualmente y te desvestiste lentamente... primero el suéter dejándome ver poco a poco tu piel, luego la falda... quedaste sólo en ropa interior, medias y zapatos. Entonces me acerqué a ti y empecé a jugar con la poca ropa que te quedaba mientras te besaba en el cuello, hombros, brazos, axilas, pechos… aquí me detuve, jugando con tus senos, y tú sentías cómo se erizaba tu piel, como tu cuerpo comenzaba a estremecerse… luego bajé hasta tus zapatos. Los quité; luego las medias, mientras acariciaba tus piernas y las recorría con mis labios, por el interior y el exterior, por la cara interna de tus muslos… hasta que llegué a tu secreto. Me acerqué tanto a él que sentías la calidez de mi aliento a través de tus braguitas, cómo el calor de mi boca inundaba tu sexo rítmicamente… con mucha calma y delicadez te despojé de la ropa interior dejándote totalmente desnuda, y me detuve un instante… el resto, te lo cuento en la próxima cita.
Fotografía: Erwan Barbey-Chariou
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